viernes, 31 de enero de 2014

TUITERATURA ENERO 2014. (I) Eva Sánchez Palomo.

NUEVOS COMIENZOS.
 -Sabía que debía comenzar de nuevo, paso a paso. Pero aun tenía los pies hundidos en la arena.

-La oruga en su capullo teme el nuevo comienzo, abrir las alas al viento... volar.

-Cerró los ojos y se dejó llevar, un nuevo comienzo. La familia, a su lado, lloraba su pérdida.




Carta a los sabios del mundo entero. Fernando Arrabal.

Muy señores míos:
Antes de morir quiero hacerles a Vds. una revelación importante para que tomen las medidas que se imponen. Durante los fortísimos dolores que he padecido por causa de la operación que he sufrido, he logrado identificar en los momentos de "sublimación del dolor" a unos "seres espirituales". Estos seres, pude darme cuenta de que se "alimentaban de mi dolor". He llegado, pues, tras múltiples experimentos, a esta conclusión: en nuestro ambiente viven unos seres  que, por simple instinto de conservación, tienden a fomentar el dolor entre los humanos. Para ello intentan incrementar tanto las desgracias llamadas espirituales como los sufrimientos físicos. A veces, cuando, encerrado en mi habitación, logro ver mi miedo (es una masa de agua que flota), mi esperanza (es una mano cortada) y mi imaginación (es una caja pequeña de cuero de la que sale humo) también veo a estos seres espirituales que son como unos pañuelos de papel que vuelan. Espero que, gracias a mis datos, puedan luchar contra esta terrible plaga de la humanidad.
Les saluda muy cordialmente...


Fernando Arrabal, La piedra de la locura.


 

Los ojos rojos. Microrrelato. Eva Sánchez Palomo.



LOS OJOS ROJOS.
Odio conducir. Y mucho más cuando es una noche como aquella, de lluvia, de tráfico intenso y de frío. Odio los frenazos, los bocinazos de la gente, cuerpos que se te cruzan, que saltan al paso de cebra con paraguas inmensos que no les dejan ver, que no te ven, que se te meten debajo del coche.
Encima tan cerca de la navidad, con ese agobio de los últimos días, todo el mundo deseando tenerlo todo preparado, terminar las últimas compras, con prisas, ansiosos, estresados. Odio las luces y los villancicos que se te quedan en la cabeza, y te obligan a ir tarareando la misma cancioncilla como una idiota durante todo el día.
Quise evitar el centro, rodear todo el bullicio y bajar hacia la avenida por las calles más estrechas. Fue imposible, porque aún no han terminado las obras del metro y la calle está cortada, así que no me quedó más remedio que meterme en todo el jaleo. Gran vía en Navidad, hora punta por la noche, cayendo un aguacero.
Había un accidente. Se veían las luces de los coches de policía un poco más abajo. Lo que me faltaba. Llevaba parada allí sin moverme ya más de tres minutos. El parabrisas del coche empezaba a empañarse, así que bajé un poco la ventanilla. Además iba sentada al volante con el abrigo y la bufanda, estaba agobiada, necesitaba respirar el aire frío. Entonces me fijé en el coche de al lado. Negro, grande, con los cristales tintados.
Siempre voy en el coche escuchando música y seguía el ritmo de la canción tamborileando con los dedos sobre el volante. El coche de al lado me ponía nerviosa. No puedo explicar por qué, pero ya sabía que algo raro pasaba, era como un zumbido, una atracción magnética, como el sonido que debe desprender un imán. Te obligaba a mirar, aunque no quisieras.
La ventanilla del coche negro bajó y pude ver dentro del coche. El conductor me miraba, fue una sensación extraña, desagradable. Llevaba gafas de sol, de noche, algo extrañísimo, fuera de lugar. Me sonrió, le sonreí. Entonces se levantó las gafas, solo un poco, y los vi. Los ojos rojos. Ojos rojos con una pupila diabólica, alargada, en medio. Me quedé aterrorizada, la sonrisa se me congeló en la cara. Se quitó las gafas del todo y entonces su sonrisa cambió, ya no era una mueca de los labios, sino una carcajada con la boca abierta, enseñando los dientes, blancos, casi luminosos, y puntiagudos. Unos colmillos enormes, terroríficos, pero no tanto como la lengua, viperina, jugueteando entre los dientes. No pude ni gritar, solo mirar, tampoco podía dejar de mirar. Esa cara era la encarnación del mal, esa sonrisa era la muerte, la cosa más espantosa que había visto en mi vida.
Solo fue un instante, pero juro que lo vi. Los ojos, los colmillos, la lengua. El diablo. Volvió a ponerse las gafas, subió la ventanilla, arrancó y se perdió Gran Vía abajo, entre los demás coches. Yo me quedé inmóvil, paralizada, sin poder reaccionar a los bocinazos nerviosos del coche de detrás.




Presentación.

Dicen que las mejores fragancias se sirven en frasco pequeño. Un frasco pequeño, mínimo, pero que es capaz de recoger la esencia del perfume, el alma. 
Esto se puede aplicar también al microrrelato. El formato es mínimo, un frasco pequeño, pero contiene lo esencial del relato, el extracto perfecto de la narratividad, la fantasía, la sorpresa, la ternura o el humor que quiera expresar el autor.
Abro este blog con una ambición bien pequeña: publicar mis propios microrrelatos para compartirlos con quien tenga el gusto de leerlos, y, al mismo tiempo, hacer un archivo con todos aquellos relatos, relatos breves y micros que más me han gustado. La tarea es, sin embargo, complicada, pues son muchos los cuentos que me sorprenden o cautivan todos los días.
El microrrelato, microficción, minicuento, o como quiera llamársele, ha sido considerado, solo desde hace pocos años, el cuarto género literario, pero lleva cultivándose en España y en otros países desde hace más de cien años. Hoy es un género bien asentado y que goza del aplauso tanto de lectores como de la crítica especializada.
Los requisitos del género son, básicamente, tres: debe estar escrito en prosa, debe ser breve y tiene que poseer narratividad (debe contar algo, por mínimo que sea). Otro de los rasgos que comparten los microcuentos es su enorme poder sugestivo. La brevedad obliga al lector a reconstruir en su mente una serie de sugestiones, insinuaciones y elipsis que el escritor o escritora ha ido dejando, como miguitas de pan, en su relato. También hay que prestar especial atención al inicio y al final del relato: el título forma parte integrante de la trama, y orienta al lector en la interpretación correcta; el final puede y suele ser sentencioso, sorprendente o misterioso y obliga al lector a seguir reconstruyendo en su mente diferentes interpretaciones sobre lo leído.
En fin, el microrrelato se configura como un género abierto, con pocas reglas que lo fijen, y como una categoría literarira que requiere de la labor conjunta de autor y lector para construírse y determinarse. Es un género que ha dado obras muy diferentes entre sí, que se ha beneficiado de las nuevas formas de comunicación (estoy hablando de la tuiteratura, por ejemplo), y que todavía hoy está en transformación y efervescencia.
El microrrelato se sirve concentrado en frasco pequeño, brillante y misterioso. Nosotros, lectores, debemos abrir ese frasco y disfrutar de su esencia, que nos enriquece y transforma.